Aprendiendo a vivir
- Ruth Ross
- 2 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Por Ruth Ross
Si aprendemos a mirar, a ver, a oír, a reconocer, podemos descubrir que todas las historias provienen de la vida misma. Y es la vida quien se encarga de susurrarnos al oído las oportunidades de grandes cambios, de grandes transformaciones, de encomendarnos a marchar rumbo a los maravillosos encuentros o desencuentros que nos llevaran a la transmutación veloz y mágica que nos transporta a nuestra propia evolución.
Y es allí, cuando estamos presos del letargo, del miedo, del no sé, del padecer uno de los más grandes problemas que acoge a los humanos que no es otro que el de “ser dueños de”. Cuando la voz de la vida empieza a susurrarnos y, cual si fuera una tibia briza de viento o la dulce melodía de un ángel nos dice: “suelta, entrega, crece, vuela”… Y, el ser humano común, ciego y sordo a las aventuras que la vida le está queriendo narrar para tenerlo como protagonista, continúa su camino casi siempre en la misma errónea dirección, mientras su ser espera por otra nueva oportunidad para salir a jugar.
Tal es el caso de una hermosa niña, la cual creció en un mundo lleno de valores y ajeno si se quiere a la “normalidad”, pero totalmente consciente de su existencia. Ya desde pequeña fue diferente del resto, buena hija, buena nieta, buena hermana, mejor alumna. Y en una época supo escuchar muy bien las vocesitas que le hablaban y le mostraban el camino correcto lleno de oportunidades y de crecimiento. Luego fue creciendo, se fue haciendo mujer, y se fue enredando en la maraña de los “otros”. La voz de su ego hablaba más alto que cualquier otra voz que ella quisiera o pudiera escuchar. Y todo lo de “afuera” comenzó a cobrar mayor importancia para ella. La perspectiva que tenía de la vida se fue diluyendo hasta que prácticamente no tenía tiempo para otra cosa que no fueran las superficialidades propias de la adolescencia. Su conversación se torno vacía y llena de banalidades y siempre hablaba de “los otros”, olvidando por completo el mirar para dentro y poder expresar en su totalidad lo que ella misma “sentía en su interior”. Y todo lo que había sido realmente importante en el pasado respecto a sus aprendizajes, fue quedando por completo relegado. Ingresó en una carrera inmensa por creerse la mejor, por ser vista como la mejor, por llegar primero... “la carrera que siempre supo que no era la correcta, la carrera que corren “los otros”.
Comenzó a convertirse en lo que los “otros” querían, empezó a “llevarlos en su mochila” y el sentido de la total posesión se fundió en ella.
“Mis amigos”, “mis cosas”, “mi cuerpo”, “soy la mejor”… olvidando por completo todo lo que había vivido o aprendido antes. Entonces, la voz de la vida comenzó su canto suave y susurrante, empezó a acariciarla, y hasta llegó a gritarle en voz muy fuerte: ¡Cambia, es el momento de volver a ser, es el momento de encontrarte, es el momento justo!... Y ella no quería escuchar… y comenzó la etapa del sufrimiento, del dolor, de perder, de verificar que todo lo que había hecho para “agradar a otros” no la había conducido a ninguna parte, que “todo lo que creía su posesión”, no le pertenecía en realidad; fue descubriendo entonces, que había perdido por completo la perspectiva, fundida en una maraña de ego impresionante, y fue allí, cuando lo descubrió, cuando se dio cuenta y escuchó lo que la vida misma le había estado diciendo de todas las maneras desde un tiempo antes.
Y entonces entendió, y volvió sobre sus propios pasos, esos que había dejado atrás y volvió a reencontrarse con su ser, volvió a entender que “nada nos pertenece” en esta vida y que el camino hacia la evolución es solitario.
Volvió a triunfar y volvió a crecer, pero eso ya no le importó, porque lo más importante para ella fue la gran lección que la vida misma le mostró, y continuó en esta Tierra aprendiendo el camino hacia la evolución, SABIENDO QUE UNO CRECE Y APRENDE A TRAVÉS DE SUS PROPIOS ERRORES Y CAÍDAS, MÁS QUE DE LOS TRIUNFOS POR LOS QUE LOS DEMÁS SIEMPRE NOS APLAUDEN.

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