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NOTAS DE LUZ: Blog2

Conociendo la selva humana

  • Ruth Ross
  • 2 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Ruth Ross


Los animalitos  e insectos de cada latitud y longitud de la Tierra. De cada montaña, sierra, estepa, planicie, océano, mar, cielo, o de donde fuera, comenzaron a emitir sus chirridos, rugidos, gritos, gemidos, quejidos, ladridos, ronquidos, gorjeos, gruñidos y demás sonidos, con el solo objeto de comunicarse entre sí para planificar una expedición a cualquier ciudad o región del planeta adonde habitara el único animal de la especie dotado con algo diferente a cualquiera de ellos, la inteligencia.

Fue así, que cada uno de ellos fue uniendo a sus manadas, grupos, crías y comenzaron a avanzar…

La sensación fue bien extraña. Miles, no, millones de animales caminaban juntos, unidos, evitando lastimarse o agredirse.  Tomaron la expedición como un gran aprendizaje, y acordaron hacerla en total paz y armonía.  Ninguno fue el rey ni tomó la posta en esos momentos.  Solo se trataba de aprender, y para hacerlo debían estar equilibrados, sensitivos e  intuitivos.

Y comenzó el período de observación y aprendizaje de sus hermanos inteligentes, de los que aprenderían a ser mejores.

Poco a poco fueron acercándose a las grandes urbes.  Podían verse grandes masas de animales salvajes correr, saltar, volar y nadar, como si hubieran equivocado su lugar de residencia.  ¿Qué estarían haciendo en la gran ciudad? Los programas de radios y de televisión de todos los países fueron interrumpiendo sus programaciones habituales para alertar a la población de que tuvieran cuidado.

Los animalitos continuaban su avance en libertad, y en su marcha solo podían observar gente aterrada que al verlos corrían como locos de un lado al otro, presas del miedo.  En su estudio pudieron ver atroces imágenes que mostraban unos aparatitos rectangulares o cuadrados, algunos muy grandes y otros más pequeños, pero en ellos se veían animales humanos que se mataban entre sí, y, aparentemente era porque sí.  Se detuvieron a mirar para aprender, y las imágenes de las cajas cuadradas les mostraban animales humanos pequeños que morían de hambre, otras imágenes les mostraban unas cosas que servían para hacerse daño unos a otros, ¿eso era lo que la inteligencia producía? – se preguntaron.

Siguieron su marcha y en su avance pudieron descubrir que el cielo casi era invisible ante sus ojos, ya que unas cosas muy, pero muy altas ¿serían eso algunas de las viviendas humanas? – Se preguntaron -  bloqueaban la visión. También descubrieron que la naturaleza estaba totalmente destruida por aquellos lados, que no existían los árboles, que había muchos hermanos de ellos mismos que habían sido muertos por los inteligentes para ser consumidos luego como alimento.

Luego de que los humanos dejaran de temer que se produjera un ataque generalizado animal, algunos de esta especie inteligente comenzaron a acercarse para interactuar entre pares, y los animalitos observadores pudieron ver rostros cansados y tristes a su alrededor. Nuestros amiguitos no entendían demasiado ¿qué les pasa a  nuestros hermanos superiores? – se preguntaron

Su avance continuó para descubrir algo aún peor.  La gran mayoría de las casas estaban rodeadas por altas rejas y tenían además unas luces que se prendían si alguien pasaba cerca de allí.  Era algo parecido a las viviendas en las que yacían atrapados sus amigos, los animales que se encontraban presos en los zoológicos, circos u otros lugares. Este descubrimiento último los llevó a tomar la determinación de volver a sus lugares de origen, ya nunca más querrían parecerse al  animal más inteligente.  Ellos, los animalitos  del planeta tierra, con la sola consciencia de que eran instinto, vivían libres, no mataban porque sí, no se enjaulaban y respetaban las leyes de la naturaleza.





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