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NOTAS DE LUZ: Blog2

La historia del tiempo

  • Ruth Ross
  • 2 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Ruth Ross


Erase una vez, en que el Creador de todas las cosas determinó que existiría un planeta llamado “Tierra”, en el cual cohabitarían el Reino Animal, el Reino Vegetal y el Reino Mineral perfectamente.  Un planeta que sería uno más de su fantástico Universo, y que justamente por formar parte de la inmensidad cósmica se regiría por sus mismos tiempos... Un tiempo sin tiempo en el que todo gira absolutamente en la armonía universal...

Pero el hombre llegó. Y comenzó a creerse el ser más superior del planeta, creyéndose más inteligente que todos los habitantes de los otros reinos y más aún , del suyo propio.  Y comenzó a creerse como absoluto en el Reino de Dios, olvidándose del mismo Dios.

Para el hombre no existía nada ni nadie capaz de tener su propia inteligencia y raciocinio. No existía nadie más con su inteligencia y capacidad en todos los confines del universo.

Quiso ser tan sabio y poderoso que fue colocándose cada vez más dentro de su propia prisión mental, creando así medidas que lo condicionaran absolutamente.

Algún hombre inteligente descubrió un aparatito llamado “reloj” que va marcando las horas sin parar mostrándole a la humanidad en que momento tiene que hacer cada cosa, dándoles un margen de 24 horas diarias.

Otro humano con grandes títulos creó el almanaque, desarrollando así una medida de tiempo ficticia en la que tenemos meses de 30, 31 , 28 o eventualmente 29 días.

Y el hombre fue perdiendo la perspectiva de todo lo que lo rodeaba.  Su vida comenzó a girar en torno a lo que sus ojos veían, a lo que sus manos tocaban , a lo que el reloj o el almanaque le marcaban. Y fue perdiéndose en su propio tiempo, enjaulándose cada día un poco más...

Y poco a poco comenzamos a entrar en el momento del gran cambio planetario, en el ciclo de la alineación con el cosmos, en el que es importante que vibremos al unísono, y aquellos que pueden “darse cuenta” puedan ver que los días corren con más prisa; que si antes uno podía hacer determinada cantidad de cosas diarias, en este momento eso es sumamente imposible.

En la actualidad los movimientos que giran en torno al universo han ido acelerando los tiempos, logrando así que el tiempo “real” de los humanos sea en este momento de cerca de 12 hs. en lugar de las 24 hs. a los que los habitantes del planeta estaban acostumbrados. Esto trae como aparejado que aquellos que puedan despojarse de sus vendas y de sus prisiones mentales logren entrar por fin dentro de la armonía del Universo, puedan fluir entregando sus miedos, sus preocupaciones, sus apuros...

Al fluir con la energía cósmica, en lugar de querer hacer que las cosas sean de acuerdo a los  propios apuros o mentalismos, simplemente nos entregamos confiados a la energía suprema del Creador, sabiendo que irá acomodando con todo su amor cada una de las piezas que integran el rompecabezas de nuestra vida. Al entregar, uno comienza a vibrar totalmente con la energía del cosmos, deja de “preocuparse” para solo “ocuparse de accionar” , deja de “querer controlar las cosas” y mansamente logra “liberarse” y “entregar”. Es el momento de comenzar a observar los milagros y la magia de la sincronía del Universo.  Y también logra que el tiempo, a como ahora vibre, le alcance, inclusive permitiéndose cuidar su cuerpo, permitiéndose descansar, y sobre todo permitiéndose ser feliz y disfrutar de cada instante de la vida como si fuera único, como si fuera el último, como si fuera un juego.

Es, que como decían los Mayas, el tiempo es una ilusión y solo cuando nos permitimos entregarnos al Todo podemos ser parte del proceso de este cambio.

Hasta ahora, la humanidad ha querido no ser partícipe de la historia del tiempo, ha fabricado su propio engaño.  Llegó el momento de integrarnos al cuento y de soltar las amarras para adentrarnos en la aventura del tiempo sin tiempo adentrando nuestro camino hacia la quinta dimensión; vibrando al unísono con el Todo, con la Galaxia en plena transformación cósmica.

Siendo parte de todo el movimiento y no, quedándonos afuera. Vibrando tal como el Creador de la totalidad lo programó desde el comienzo y entendiendo por fin que somos actores de un cuento en el que hemos venido a encontrar la verdad para evolucionar.





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