La vida, una hipoteca humana
- Ruth Ross
- 3 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Por Ruth Ross
Esta es la historia que narra la vida de Tomás, un hombre que nació en el campo pasando su niñez como un niño humilde y feliz. Él vibraba con la tierra y en comunión y armonía con ella.
Hijo único de un matrimonio que en su adolescencia decidió trasladar su vida a la gran ciudad; y fue así que llevaron sus petates a Capital Federal adonde el matrimonio puso un modesto comercio de barrio para así pagar la carrera de tenedor de libros de su único hijo.
Tomás creció, se casó, tuvo dos hijos y al principio debieron ser sostenidos económicamente por algún que otro miembro de sus familiares, ya que el dinero no alcanzaba para todos los gastos, pero a pesar de ello, eran una familia muy feliz; disfrutaban cada instante compartido y valoraban las pequeñas cosas como si fuera lo más importante del mundo.
El tiempo pasó y este hombre consiguió un buen empleo en el que supo demostrar su inteligencia y fue escalando posiciones hasta llegar a ser el jefe de su oficina. Y, tal como le ocurre a la mayoría de los humanos, de a poco empezó a olvidar lo que realmente importaba y lo hacia sentir feliz.
La vorágine que su cargo le traía le impedía mirar más allá de su trabajo. Comenzó a vivir el lema “el tiempo es dinero” y por supuesto sus cuentas bancarias crecieron cada vez más. Este crecimiento económico le permitió ir cambiando de casa ,hasta llegar a tener una tan grande y fastuosa, que envidiaban sus conocidos; también renovaba sus autos y mobiliarios y la simpleza del vivir poco a poco fue quedando de lado, dejando sin darse cuenta un agujero inmenso en su alma.
Su vida era trabajar y conseguir más y más dinero, no fuera a ser que este se les acabara y el estatus con el que vivían se terminara.
Comenzó a vivir una vida de mentira. Trabajaba para tapar lo que en realidad sentía.
Con el tiempo y ya con mucho más de setenta años pudo ponerle fin a la etapa de trabajo, pero ya a estas alturas de la vida, el cuerpo no le respondía para todo lo que el sentía que quería hacer para vivir y ser feliz.
Quería volver al campo, quería solo estar a orillas de algún río o lago pescando , quería ir al mar, cosas simples si las hay. El dinero estaba de sobra para ser gastado, pero su cuerpo dijo ¡ basta! . El tiempo ya había pasado y ahora solo tenía que aguantar el sufrimiento del dolor físico, de no poder casi caminar, teniendo impedimentos médicos que le impedían alejarse de su casa.
Poco a poco y con la batería de su vida con una potencia escasa fue descubriendo que cometió el más grande de los errores. ¡SE OLVIDÓ DE VIVIR! ¡SE OLVIDÓ DE SER FELIZ!
Había hipotecado su vida en pos de los lujos materiales, esos que ni siquiera lo acompañarán en el mismo día en que El Padre lo llame para que termine su misión terrenal.
Ahora el dolor de este hombre, es mucho más grande aún. Su tristeza se siente por doquier, pero no es en realidad la tristeza por la enfermedad a que su cuerpo lo ha sometido en estos momentos, sino es la pena por que recién ahora tomó consciencia de que vivió toda su vida con los valores equivocados.
Siente que quisiera volver a ser niño, volver a ser joven, volver a estar en el campo y tener la oportunidad de empezar de nuevo para tener en este momento la oportunidad de vivir su vida de otra manera. Viviendo plenamente consciente, sabiendo que la vida es una oportunidad de crecimiento, una oportunidad para ser feliz y para disfrutar plenamente de cada una de las pequeñas cosas que Dios nos va poniendo en el camino.
Ojalá que este hombre, el protagonista de esta historia, pueda en estos momentos de despertar tardío conseguir, y aún con su cuerpo físico en contra, la tan anhelada felicidad que durante tantos años le fue esquiva por haberla buscado erróneamente en los lugares equivocados.
Ojalá que este hombre reaccione y encuentre la voz de Dios en su interior y sepa , por vez primera, que no necesita más que eso para ser totalmente feliz.
Y también es mi anhelo que tú que estás leyendo este cuento puedas darte cuenta que la vida hay que vivirla “hoy”, porque de acuerdo a como siembres la semilla de cada día, esa será tu cosecha del futuro. Y recuerda, el día en que nos toque partir... No nos es permitido llevar nada con nosotros... ni tan siquiera nuestro cuerpo físico.

Comments